lunes, 14 de enero de 2013

PURIFICADOS DE INCIENSO





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¿De dónde procede ese agradable aroma que percibimos al entrar en un templo, o en una casa, un establecimiento comercial o una reunión social? Lo más probable es que sea el resultado de quemar una ramita, palito o carboncito de incienso, llamada así a la sustancia, muchas veces una gomorresina que al quemarse desprende un olor muy especial al cual se le atribuyen muchas virtudes y cualidades positivas. 

Un aroma típico de la Semana Santa, un ambiente único el que nos depara, una evocación, un recuerdo exclusivo para nuestros sentidos, un elemento que nos purifica y nos envuelve. No entendemos el escenario de los hechos sin el, al igual que el brillo de la luna llena, el perfume del azahar, el olor de la cera derretida, la dulzura que emana de las rosas, lirios y claveles; la brisa húmeda de marzo o abril..., todos ellos contribuyen a plantearnos un terreno abonado a nuestros sentidos, y del cual un cofrade de verdad, de corazón, no puede escapar...
 
El incienso (del latín incensum, participio de incendere, ‘encender’) es una preparación de resinas aromáticas vegetales, a las que a menudo se añaden aceites esenciales de origen animal o vegetal, de forma que al arder desprenda un humo fragante con fines religiosos, terapéuticos o estéticos. En el pasado, las sociedades china y japonesa usaron el incienso como parte integral de la adoración de deidades hindúes. Además, tiene un uso importante en el budismo, en la Iglesia Católica (para la Adoración eucarística, procesiones, etc.), en la Divina Liturgia de la Iglesia Ortodoxa y, en menor grado, en otras confesiones cristianas.
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Presentaciones y uso


El incienso está disponible en numerosas presentaciones y grados de preparación. Sin embargo, generalmente se clasifica en dos tipos, dependiendo del uso: incienso para quema directa y para quema indirecta.

En general, el incienso grande y basto tiende a arder más tiempo que el más procesado, y el incienso de quema directa exige menos preparación para su uso pero requiere un mayor procesado previo. Aparte de esto, la preferencia por una u otra presentación depende en buena parte de la cultura, las tradiciones y los gustos personales. El incienso en barra es la forma más común y preferida usada en las culturas china y japonesa, por lo que la mayoría del incienso producido en estos países se fabrica con esta forma. En occidente, debido a los lazos del cristianismo con el judaísmo, el incienso se suele quemar en forma de polvo o en trozos completos.

Acerca del nombre del incienso, los hebreos le llamaban lebonah, los griegos libanos, los árabes luban y los romanos olibanum; en todos los idiomas significa lo mismo, esto es: ‘leche’, por el aspecto de la resina al brotar del árbol. Sin embargo en la actualidad se le llama incienso, nombre que deriva del vocablo latino incendoere, es decir, ‘encender’, ‘quemar’, ‘incendiar’, ‘prender fuego’, iluminar’.

Los datos arqueológicos que poseemos sobre el incienso se remontan al Valle del Nilo: en los templos de Deir el-Bahari se pueden observar inscripciones con dibujos de rituales netamente esotéricos, donde son más que evidentes las nubecillas del humo del incienso. Hace alrededor de quince siglos, los egipcios viajaban al país de To-Nuter para buscar incienso.

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Las historias narran que el rey Rama-Ka llevó a su tienda arbolitos pequeños de incienso, los sembró cuidadosamente a la hora precisa, bajo los augurios estelares y logró de esta forma perfectos y esbeltos árboles de excelente madera y gomorresina. Los fenicios, por su parte, siendo grandes navegantes y comerciantes, llevaban siempre en sus navíos leños de incienso para comerciar con el mundo conocido. Más datos históricos sobre el incienso se tienen a partir de los relatos de Alejandro Magno: se cuenta que al tomar la ciudad de Gaza, acumuló entre los preciosos objetos del botín de guerra 500 talentos de incienso y 100 de mirra.

Por su lado, Estrabón nos narra cómo se hacían las transacciones comerciales con Arabia, la zona del Mar Rojo y hasta China, en búsqueda del tan preciado incienso. También Dioscórides y Plinio el Viejo citan en sus obras acerca del auge que tuvo el incienso en los templos de los tiempos de la Roma Imperial. Uno de los datos más notables proviene de Nerón: se dice que habría quemado impresionantes cantidades de incienso ante el sepulcro de Popea.

En la mitología grecorromana también está presente el incienso: Leucótoe, la hija de Arcamo y de Eurinoma, se entregó en amores al bello y codiciado Apolo. Cuando Arcamo supo de tal deshonroso acontecimiento, la enterró viva llevado por la mayor ira. Pero el dios Sol, para honrar a la infeliz criatura enterrada viva, la convirtió en un frondoso árbol de incienso. Por esto, se tiene también que, astrológicamente, los planetas que rigen a este sagrado árbol son el Sol y su hijo predilecto, Júpiter; por lo tanto el signo zodiacal que le corresponde es Leo.

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Referencias bíblicas


Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento aparecen gran cantidad de menciones sobre el incienso. Así, tenemos que en Éxodo 30:1 se le indica a Moisés que debe hacer un altar separado, de madera de acacia, para quemar incienso. Más adelante, en Éxodo 30:7 se dice textualmente: «y Aarón quemará incienso aromático sobre él (el altar); cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará». Y hasta existe una gran advertencia o sentencia en Éxodo 30:9 «No ofrecerás sobre él incienso extraño».

Antes se han mencionado las falsificaciones y el uso de Juniperus Lycia o Juniperus Thurifera para remplazar al incienso; hay que agregar además que los adulteradores siempre han tratado de abaratar costos y se han valido aun del uso de resinas de coníferas a tal efecto, pero así también se contamina el incienso. Hoy en día llamamos al verdadero incienso «incienso macho», en tanto que a las adulteraciones e inciensos artificiales les decimos «incienso hembra».] Este último carece absolutamente de funciones mágicas y sólo sirve para aromatizar un ambiente, de la misma manera que lo hace un desodorante ambiental en aerosol.

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Volviendo al Antiguo Testamento, encontramos en el Salmo 141:2 una comparación entre el ascenso del humo de incienso y la elevación de las plegarias: «Suba mi oración delante de ti como el incienso». De igual forma, aparece el incienso en Deuteronomio 33:10, cuando Moisés bendice las doce tribus de Israel: «...pondrán delante de ti y en holocausto sobre el altar». Otro dato, acerca del incienso en el Antiguo Testamento, lo podemos leer en Levítico 16, 12-13, durante el día de la expiación: «Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar de delante de Jehová, y sus puños llenos de perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo. Y pondrá el perfume sobre el fuego delante de Yahvé, y la nube del perfume cubrirá el propiciatorio que está sobre el testimonio, para que no se muera».


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En esta cita hay una descripción muy interesante, ya que se dice «perfume aromático molido»: muchas son las técnicas que utilizaban (y aun hoy utilizan) los balsameros, perfumistas y ungüentarios; algunos términos usados por ellos, a causa de la vulgaridad y así, por ejemplo, cuando hablamos de pócima (lo cual significa estrictamente «cocimiento» de sustancias vegetales para ser ingeridas y que posee efectos medicinales curativos), se suele imaginar de inmediato a algún hechicero preparando algo terrible. Pero en el Antiguo Testamento bien se nombra el polvo de incienso. 

En realidad la pulverización de hojas, tallos, raíces, cortezas o gomorresinas, como en nuestro caso, sirve para fines terapéuticos, para facilitar la ingesta y normalmente se lo encapsula, de modo tal que pase a través del estómago sin afectarlo y se difunda en el intestino al disolverse la cápsula, cuya función es la de proporcionar un vehículo al polvo.


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Pero en el texto bíblico, la pulverización no significa la labor medicinal, sino ritual, a tal efecto, pulverizar una gomorresina implica que ésta será utilizada en perfectas y correctas proporciones. En el Nuevo Testamento también aparece el incienso en notables acontecimientos: cuando la visita de los Reyes Magos a Jesús recién nacido: «Y al entrar a la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra». Incienso, el símbolo del Sol y del hijo del Sol, Júpiter, el esplendor de la Luz Mayor, y la mirra, pariente cercano del incienso, es el perfume de Hermes Trimegisto

Una ofrenda similar a la de los Reyes Magos, hizo el rey selúcida Seleuco II Calinico, cuando obsequió al templo de Apolo de Mileto mirra y más de diez talentos de incienso. Al igual que el incienso, la mirra debe ser recolectada y preparada según los ritmos astrales, como explica Escribonio. Tan importante ha sido considerado el incienso, que Heródoto, padre de la Historia, nos cuenta sobre la gran derrota de los árabes frente a Darío I, y que como tributo de guerra, obligó a éstos a que pagasen anualmente mil talentos de incienso.  


Retornando al Nuevo Testamento, en el Libro de las Revelaciones o Apocalipsis de San Juan (8:3-5), el Séptimo Sello, leemos: «Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra, y hubo truenos y voces, relámpagos, y un terremoto».

El texto citado pertenece a la narración sobre el Séptimo Sello: el número siete simboliza la organización, la producción, el triunfo, la fecundidad. Abrir el Séptimo Sello es abrir lo que los orientales llaman «El Loto de Mil Pétalos». El incensario de oro simboliza el corazón del Iniciado, donde debe arder el incienso, que es servicio y amor. El humo del incienso, es a su vez, la alegoría del servicio impersonal y desinteresado, que lo impregna todo, y propiamente el «mucho incienso» significa la gloria de haber obtenido una mente pura y un corazón amoroso, devenidos del esfuerzo propio del servicio altruista.

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El uso del incienso era muy común. Era utilizado con propósitos profanos como un antídoto contra el cansancio producido por el calor excesivo, tal como se utilizan los perfumes hoy día. Los escritores clásicos mencionan su introducción al culto pagano. (cf. Ovidio, "Metamorph.", VI, 14, Virgilio, "Eneida", I, 146). Herodoto atestigua de su uso entre los asirios y babilonios, mientras que en las tabletas monumentales egipcias se representa a los reyes balanceando incensarios. Entró extensamente al ritual judío, en el cual se utilizaba especialmente en relación con las ofrendas eucarísticas de aceite, frutas y vino o los sacrificios incruentos ((Lev. 6,15). Por mandato de Dios, Moisés construyó un altar del incienso (cf. Éx. 30), sobre el cual se quemaban las especies y gomas más dulces, y la función de la renovación diaria se le encomendó a una rama especial de la tribu levítica (1 Crón. 9,29). 

No es fácil precisar cuándo exactamente se introdujo el incienso en los servicios religiosos de la Iglesia. No existe evidencia de su uso durante los primeros cuatro siglos. Sin embargo, su uso común en el Templo y las referencias a él en el Nuevo Testamento (Lc. 1,10; Apoc. 8,3-5) sugerirían una temprana familiaridad con él en el culto cristiano. La primera referencia auténtica de su uso en el servicio de la Iglesia se encuentra en Seudo-Dionisio ("De Hier. Ecc.", III, 2). Las liturgias de Santiago y Marcos ---que en su forma actual no son anteriores al siglo V--- se refieren a su uso en los Sagrados Misterios (cf. Brightman, "Liturgias Orientales"). Un ordo romano del siglo VII menciona que el incienso era utilizado en la procesión del obispo al altar y el Viernes Santo. cf. "Ordo Romanus VIII de San Amando; para el Ordo en Einsiedeln MS., cf. Duchesne, "Christian Worship", 481). 


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La peregrina Eteria lo vio empleado en la vigilia de los Oficios del domingo en Jerusalén (cf. Peregrinatio, II). Casi todas las liturgias orientales dan testimonio de su uso en la celebración de la Misa, especialmente en el ofertorio (cf. Goar, "Euchologium Grecorum", 73; Renaudot, "Coll. liturgiarum orient.", I, 200). En la Iglesia Romana la incensación en el Evangelio de la Misa aparece muy temprano ---en el ofertorio en el siglo XI, y en el introito en el siglo XII, en el Benedictus y en el Magníficat de las horas canónicas alrededor del siglo XIII, y en relación con la elevación y la bendición del Santísimo Sacramento, alrededor del siglo XIV. El “Ordo Romano VI” describe la incensación del celebrante, y en la época de Durando (Rat. Off. Div) se incensaba a los clérigos ayudantes. En la actual disciplina de la Iglesia Occidental se utiliza el incienso en las Misas solemnes, bendiciones solemnes, funciones y procesiones, oficios corales y en las absoluciones para los difuntos. En estas ocasiones se inciensa a las personas, lugares y cosas tales como las reliquias de Cristo y de los santos, el crucifijo, el altar, libro de los Evangelios, los féretros, los restos, la sepultura, etc. Cuando se usa el incienso, generalmente es quemado. Sin embargo, existen dos casos donde no se consume: (1) los granos colocados en el cirio pascual y (2) los granos colocados en el sepulcro de los altares consagrados. Durante la Misa, el incienso generalmente se bendice antes de ser utilizado. 

Simbolismo y Manera de Incensar

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El Incienso, con su dulce aroma de perfume y el humo que asciende es típico de las buenas oraciones cristianas, las cuales, avivadas en el corazón por el fuego del amor de Dios y exhalando el olor de Cristo, eleva una ofrenda agradable a sus ojos (cf Amalario "De eccles. officiis" en P.L., CV). Incensar es el acto de impartir el olor del incienso. Se toma el incensario con la mano derecha a la altura del pecho, agarrado por una cadena cerca de la cubierta; la mano izquierda, que sostiene la parte superior de la cadena, se coloca en el pecho. Entonces se eleva el incensario hasta llegar a la altura de los ojos, y se le da un movimiento hacia afuera y ligeramente ascendente hacia el objeto a ser incensado, y de inmediato se lleva al punto de partida. Esto constituye una sola oscilación. Para una doble oscilación, se debe repetir el movimiento hacia afuera, haciendo más pronunciado el segundo movimiento que el primero. La dignidad de la persona o cosa determinará si la oscilación es sencilla o doble, y también si se oscilará una o más veces. La naveta es el recipiente que contiene el incienso para su uso inmediato, y se le llama así debido a su forma. Generalmente lo lleva un turiferario en la mano desocupada.

Litúrgicos y solemnes, aromas primaverales y de pasión. Olíbano, mirra, estoraque, benjuí, vainillina, combinados con otras especias aromáticas para crear este clásico y peculiar perfume religiosos y cofrade. Resinas aromáticas originarias de árboles de Arabia y del noroeste de África.
Usados como perfumes en culturas remotas como la del antiguo Egipto o la Romana, que la introduce en occidente utilizándola tanto para ceremonias civiles como religiosas.

A título de ejemplo, los comercios especializados de Sevilla, los preparan en varias fórmulas distintas y muy aromáticas, denominados con los nombres de "Madrugá", "Azahar", "Mundo Cofrade", "Aromatico Extra", "Flor de Rosa", "Sor Ängela",  y los envasan en paquetes de medio kilo.



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QUIERO SER INCIENSO PERFUMADO...

Quiero ser incienso perfumado para Ti,
quemarme lentamente al paso de las horas,
elevarme orante hacia aquel que me enamora,
ofrecerme quemándote mi tiempo y mi vivir.

Un cirio en el altar de tu misterio
derritiéndose amante ante tu sombra,
la luz palpitante que te adora,
una oración que se quema en el silencio.

Esa flor que a tus pies sencillamente ora
ofreciéndote simplemente su perfume,
la que en tu presencia, humilde se consume
y marchitándose te entrega el néctar de su aroma.

Quisiera ser el silbo de una flauta enamorada
que suena para Ti su música y te honra,
tocar la melodía que te nombra
y se vuelve adoración ilusionada.

Quisiera ser icono que reproduce tu mirada
y envuelto en los colores de tu encanto
revestirme de Ti y cubierto con tu manto
volverme una liturgia consumada.

Quisiera ser un salmo recitado lentamente,
un verso saboreado entre los labios,
una oración que desde el corazón te canto
y se pierde en el tuyo humildemente.

Quiero ser el suspiro de la tierra enamorada
que redimida a tus ojos ya se eleva,
el canto de las aves en la primavera,
una alabanza cósmica a tu gracia