domingo, 17 de febrero de 2013

PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS ORANDO EN GETSEMANÍ




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Vamos a dedicar una serie de entradas de este Blog, a analizar cada una de las estaciones del Vía Crucis, empezando por la primera. A las etapas del viacrucis se le denominan estaciones y tradicionalmente se cuentan 14, aunque el papa Juan Pablo II añadió la Resurrección en último lugar.

Recientemente y, bajo el auspicio de Juan Pablo II, se creó un nuevo Viacrucis con 15 estaciones basadas todas ellas en momentos del Nuevo Testamento, ya que el anterior recogía muchos pasajes de los Evangelios apócrifos Este nuevo viacrucis comienza con la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní y finaliza con la Resurrección de Cristo. Era un intento de acercar ecuménicamente a todas las confesiones cristianas.

En el nuevo Vía Crucis, la primera estación deja de ser "Jesús es condenado a muerte", y pasa a ser "Jesús ORando en el Monte de Olivos".
 
Getsemaní -  Monte de los Olivos


LA ORACIÓN EN LA AGONÍA DE GETSEMANÍ


Después de la Última Cena, Jesús tiene una inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú". En Jesús se unen a la tristeza, un tedio y una angustia mortales.


Buscó apoyarse en la compañía de sus amigos íntimos y los encontró durmiendo; pero, entre tanto, uno no dormía; el traidor conjuraba con sus enemigos. Él, que es la misma inocencia, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres, y se ofreció, con cuánto amor, como Víctima para pagar personalmente todas nuestras deudas... y de cuántos solo recibe olvido y menosprecio.



¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner obstáculo alguno ni condiciones, aunque por momentos pidamos ser librados, con tal de que así pudiésemos identificarnos con la Voluntad de Dios. Debe ser una oración perseverante.


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Hemos de rezar siempre, por nosotros y por la Iglesia; pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar, cuando la lucha se hace más dura; abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo: "solo me condeno; con Dios me salvo" decía San Agustín.


Nuestra meditación y oración diaria, siempre a través de la Santísima Virgen, para poner el corazón con el de Ella en Dios, siendo verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme: "vigilad y orad para que no caigáis en tentación..." Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si nos descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para combatir y dar testimonio de la Verdad. 


Los santos han sacado mucho provecho para su alma y para la Iglesia de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la Agonía del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a la fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria y aprovecharlas para reparar por nuestras faltas y ofrecer por la Iglesia. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos de nuestra vida personal y en los de la historia de la Iglesia que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: 


"Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI)".


Evangelio de Lucas (XXII, 39 – 45)


“Como de costumbre fue al monte de los Olivos. Sus discípulos lo siguieron. Al llegar, les dijo:- Orad para que podáis hacer frente a la prueba -.


Se alejó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y estuvo orando así: – Padre, si es posible aleja de mí este Cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya -.


Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo estuvo confortando. Preso de la angustia oraba más intensamente y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo como si fueran gotas de sangre. Después de orar se levantó, fue adonde estaban sus discípulos y los encontró dormidos.”



GIOVANNI DE PAOLO (1395/1400 - 1482)
TEMPLE SOBRE TABLA - PINACOTECA MUSEOS VATICANOS




REFLEXIÓN


Jesús recomienda a sus discípulos que hagan oración, porque la noche va a ser una dura prueba para ellos y para Él. Jesús quiere orar al Padre en el silencio que la falta de luz, entre los olivos, lo hace casi sonoro. ¿No escuchamos ese silencio? ¿No vemos esa oscuridad que le rodea? Allí, en aquel ambiente que sólo la soledad acompaña Jesús siente la tristeza y la ansiedad de la muerte cercana, una muerte presentida llena de amarguras, humillaciones y abandonos. Ora a su padre y recibe la fortaleza del ángel que lo visita; pero el terror que siente ante lo que le espera le hace sudar gotas de sangre. Sin embargo acepta la voluntad del Padre. Si alguna vez sentimos miedo, si la angustia nos tortura, ¿volvemos los ojos a ese Jesús arrodillado, temblando de horror, pero dispuesto a terminar la misión para la que fue enviado?

Señor, ayúdanos a aceptar por amor lo que rechazamos por miedo y haz que tu consuelo no nos falte nunca, no queremos sufrir solos; te queremos a ti siempre a nuestro lado.

 


Llegado al umbral de su Pascua, Jesús está en presencia del Padre. ¿Cómo habría podido ser de otra manera, dado que su diálogo secreto de amor con el Padre nunca se había interrumpido? "Ha llegado la hora" (Jn 16, 32); la hora prevista desde el principio, anunciada a los discípulos, que no se parece a ninguna otra, que contiene y las compendia todas justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre.

Improvisamente, aquella hora da miedo.

De este miedo no se nos oculta nada. Pero allí, en el culmen de la angustia, Jesús se refugia en el Padre con la oración. En Getsemaní, aquella tarde, la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo extenuante, tan áspero que en el rostro de Jesús el sudor se transforma en sangre.

Y Jesús osa por última vez, ante del Padre, manifestar la turbación que lo invade:

"¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).
 
Dos voluntades se enfrentan por un momento, para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús:

"Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago" (Jn 14, 31).

 

ORACIÓN


Jesús, hermano nuestro,
que para abrir a todos los hombres el camino de la Pascua
has querido experimentar la tentación y el miedo,
enséñanos a refugianos en ti,
y a repetir tus palabras de abandono y entrega a la voluntad del Padre,
que en Getsemaní han alcanzado la salvación del universo.
 
Haz que el mundo conozca
a través de tus discípulos el poder de tu amor sin límites (cf. Jn 13,1),
del amor que consiste en dar la vida por los amigos (cf. Jn 15,13).

Jesús, en el Huerto de los Olivos, solo, ante el Padre,
has renovado la entrega a su voluntad.


A ti la alabanza y la gloria por los siglos.



 

 Santísimo Cristo de la Oración en el Huerto de Don Benito (Badajoz)