sábado, 23 de marzo de 2013

OCTAVA ESTACIÓN: JESÚS ES AYUDADO POR SIMÓN EL CIRINEO



Pasión con el Cirineo

Señor de Pasión con Simón de Cirene (Sevilla)


Del Evangelio según san Marcos 15, 21 

A uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz de Jesús.

MEDITACIÓN

Simón de Cirene venía del campo. Se tropezó con el cortejo de muerte y lo forzaron a llevar la cruz juntamente con Jesús. 

En un segundo momento, él corroboró este servicio, se mostró feliz de haber podido ayudar al pobre Condenado y llegó a ser uno de los discípulos en la Iglesia primitiva. Seguramente fue objeto de admiración y casi de envidia por la suerte especial de haber ayudado a Jesús en sus sufrimientos. 

«Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, a que llevara la cruz de Jesús» (cf. Mc 15,21). Los soldados romanos lo hicieron temiendo que el Condenado, agotado, no lograra llevar la cruz hasta el Gólgota. No habrían podido ejecutar en él la sentencia de la crucifixión.

Buscaban a un hombre que lo ayudase a llevar la cruz. Su mirada se detuvo en Simón. Lo obligaron a cargar aquel peso. Se puede uno imaginar que él no estuviera de acuerdo y se opusiera. Llevar la cruz junto con un condenado podía considerarse un acto ofensivo de la dignidad de un hombre libre. Aunque de mala gana, Simón tomó la cruz para ayudar a Jesús.

En un canto de cuaresma se escuchan estas palabras: «Bajo el peso de la cruz Jesús acoge al Cireneo». Son palabras que dejan entrever un cambio total de perspectiva: el divino Condenado aparece como alguien que, en cierto modo, «hace don» de la cruz. ¿Acaso no fue Él quien dijo: «El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí» (Mt 10,38)?




Simón recibe un don. Se ha hecho «digno» de él. Lo que a los ojos de la gente podía ofender su dignidad, en la perspectiva de la redención, en cambio, le ha otorgado una nueva dignidad. El Hijo de Dios lo ha convertido, de manera singular, en copartícipe de su obra salvífica.

¿Simón es consciente de ello? El evangelista san Marcos identifica a Simón de Cirene como «padre de Alejandro y de Rufo» (15,21). Si los hijos de Simón de Cirene eran conocidos en la primitiva comunidad cristiana, se puede pensar que también él creyó en Cristo, precisamente mientras llevaba la cruz. Pasó libremente de la constricción a la disponibilidad, como si hubieran llegado a su corazón aquellas palabras: «El que no lleva su cruz conmigo, no es digno de mí». Llevando la cruz, fue introducido en el conocimiento del evangelio de la cruz. Desde entonces este evangelio habla a muchos, a innumerables cireneos, llamados a lo largo de la historia a llevar la cruz junto con Jesús.

La tortura paraliza a Jesús. Sólo que la muchedumbre mantiene firme su paso obligando a que no se detenga el cortejo. Es un pulso desigual entre la impiedad y la inocencia abandonada y vencida. Simón Cirineo presta entonces su apoyo al agotado reo. La muerte se detiene un punto ante el improvisado auxiliar. Era necesario que Jesús prosiguiera apurando su tortura salvífica. Y el poeta cristiano, en paralela versión actualizadora, elige para sí a Jesús por cirineo particular para prolongar la necesaria fortaleza de la propia vida, mientras aún quepa la ofensa posible.


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Cirineo de la Hermandad de Pasión (Sevilla) obra de Sebastián Santos, 
que procesionó con el Señor  de 1970 a 1974

Cuando llevaban a Jesús para crucificarle encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, al cual exigieron que llevase la cruz, porque Jesús no podía ya con ella. El cirineo vió como un día laborable cualquiera se transformaba en el gran acontecimiento de su vida. Simón sigue al Hijo de Dios no con su propia cruz personal, sino con el mismo madero de la crucifixión, arrimando físicamente el hombro par aliviar su peso a Jesús.

REFLEXIÓN

Simón pasaba por Jerusalén y se encontró con Jesús cargando con la Cruz salvadora, pero abrumado por el peso de ella. Simón pasaba por aquel lugar situado fuera ya de las murallas de la ciudad y próximo al montículo del Calvario. El hecho de llamarle cirineo indica que debía proceder de esta región del Norte de Africa, aunque fuese judío. Cabe que estuviese en Jerusalén de paso, o en peregrinación por la Pascua, o viviese establemente allí después de vivir un tiempo fuera. Los nombres de sus hijos, Alejandro y Rufo (cfr. Mc 15,21), revelan procedencia griega y latina respectivamente. 

Todo parece casual en aquel encuentro con Cristo y su Cruz. Casual es su presencia en la ciudad, casual es su paso por aquel lugar, casual es que le fuercen a llevar la Cruz del Señor. Pero aquellas casualidades son ocasión de una transformación profunda en aquel hombre, más llamativa, si cabe, por inesperada.


El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz.


No parece que estuviese ni con los que insultan o gritan contra Jesús, ni con los discípulos. Tampoco parece un espectador curioso simplemente pasaba y venía del campo dice Marcos. Mateo añade que cuando salieron encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, a quien obligaron a llevar su cruz (la de Jesús)[769]. Lucas añade un detalle que puede ayudarnos a entender mejor la transformación de Simón: le cargaron con la cruz para que la llevase detrás de Jesús.

No parece difícil imaginar la conmoción de Simón. Va tranquilamente por el camino, como se va por los caminos de la vida, oye un tumulto, le llama la atención, se acerca… y de repente los soldados le rodean y a gritos, sin ningún permiso, le fuerzan a llevar la cruz de uno a quien llevaban a crucificar. Quizá le dió tiempo para enterarse quién era aquel a quien ayudaba, quizá no pudo preguntar pero leyó la inscripción de la cartela que indicaba el delito: Jesús Nazareno Rey de los judíos, texto que estaba escrito en tres lenguas hebreo, griego y latín. Lo natural es pensar en un rebelde político de altos vuelos, lo extraño es que no supiese nada de aquella rebelión política. Después miraría a Jesús y lo vería extenuado, eran patentes las huellas de la flagelación y de los muchos golpes que debió sufrir, curiosamente conservaba en la cabeza una corona de espinas que se le clavaba.

Al tomar la Cruz le miraría y no habría en él parecer ni hermosura, era como un desecho de los hombres, pero algo le debió extrañar: no se resistía. Se levantó Jesús, quizá le dirigió una mirada de agradecimiento y se dirigió lentamente al monte Calvario. La ascensión era pequeña, varias decenas de metros de desnivel, pero muy empinadas, le vería casi arrastrarse, si no es que fue llevado en parte por los mismos soldados. Al mismo tiempo oiría los insultos feroces de una multitud que eran judíos, y además muchos de ellos eran fariseos y escribas, incluso estaban allí ancianos del Sanedrín y Sacerdotes. La sorpresa de Simón debió crecer. Si era un rebelde contra los romanos y condenado por éstos debían estar tristes y apesadumbrados, pues era de los suyos. Pero los más indignados son los judíos importantes, que le gritan cosas tremendas y blasfemas, parecían endemoniados.




Cuando llegaron al lugar de la crucifixión la sorpresa debió ser mayor. Simón, cansado, deja la cruz en el suelo y, muy probablemente, permanece allí. Entonces contempla la escena tremenda de la crucifixión, tanto la de Jesús como la de los ladrones. Debieron ser muy distintas. La costumbre era darles una bebida que calmase un poco el dolor, Jesús se negó a tomar aunque la agradeció probando; los ladrones debieron beber con ansia. Luego se colocaban varios hombres sobre los que debían ser clavados al madero. Los gritos y blasfemias de los ladrones debían ser terribles, también sus inútiles esfuerzos por evitar ese tormento. Hasta que uno de los verdugos consigue colocar el clavo sobre la muñeca y, ambos sobre el madero, golpea con el martillo y queda la mano clavada a la cruz; el cuerpo entero se retuerce de dolor, los gritos eran terribles. Luego clavan la otra mano y los pies, y levantan el cuerpo que queda suspendido sólo de los tres clavos. 


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La muerte se producía lentamente por asfixia, dolor, pérdida de sangre, fiebres, hasta el paro del corazón. Pero Jesús no se resiste, es despojado de sus vestiduras y se coloca sobre el madero extendiendo sus brazos. Sufre como los demás; más aún, pues no tomó ningún calmante, pero no se queja, y si algún grito de dolor se escapa de sus labios es a pesar suyo, como movimiento natural del cuerpo. Simón no podía saber que aquel era un gesto de Sacerdote eterno, por eso su sorpresa sería mayor. ¿Por qué no se rebela? ¿Es que tiene interés en morir de ese modo tan abominable? Pero la sorpresa debió crecer cuando oyó unas palabras de Jesús: Perdónales, porque no saben lo que hacen[771]. ¿Con quién habla? se diría. ¿Será posible que perdone con lo que sufre?. Y la extrañeza iría haciendo la luz en su interior.

No sabemos si permaneció allí mucho más, pero aquello bastaba para hacerle reflexionar y buscar enterarse a fondo sobre quien era aquel Rey de los judíos a quien él habían ayudado a llevar su Cruz. Al enterarse vendría su conversión, de ahí el citarle los tres evangelistas y la referencia a sus hijos como bien conocidos entre los primeros cristianos. Si presenciar cualquier muerte conmueve, mucho más una muerte lenta como la crucifixión, y más aún la de uno que perdona a los que le están matando. Aquello no podía tener una explicación natural, y realmente no la tenía. Simón acaba de tener un encuentro con la Cruz de Cristo, una Cruz que era la Salvación del mundo; él no lo sabía, pero aquel encuentro, fastidioso al principio, fue el comienzo de su salvación.

Así comenta el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer el encuentro de Simón de Cirene con la Cruz de Jesús: Todo empezó por un encuentro inopinado con la Cruz. Me presenté a los que no preguntaban por mí, me hallaron los que no me buscaban (Is LXV,1)a veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón mostrara repugnacia… no le des consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la cruz! 



 SIMON DE CIRENE AYUDANDO A JESUCRISTO A CARGAR LA CRUZ photo PasionCristo2.jpg



La vida está llena de encuentros inopinados con la cruz, de encuentros con el dolor inesperado. Todos sabemos que existe el dolor, los accidentes, las soledades, las traiciones, los fracasos, las incomprensiones, las guerras y mil dolores más; pero cuando no se padecen en carne propia parecen menores. Las penas sorprenden más cuando llegan, entonces despiertan o producen rebeldías; desde luego no dejan indiferentes. Esos dolores los llamamos cruces, pero pueden ser la Cruz de Cristo y entonces salvan, o pueden ser cruces sin Cristo, y entonces son estériles. 

Meditemos el encuentro que todo hombre tendrá ante el dolor, mirando a Simón de Cirene, pues supo aprovechar aquella Cruz para convertirla en llave que abre el Cielo, y ésto no es fácil, pues el dolor puede llevar a la rebeldía, o la pérdida de la esperanza, si se desconoce el sentido que tiene.

La respuesta sobrenatural al misterio del dolor reside en su causa, que es el pecado. El sentido último se encuentra en Cristo que lo vence con el amor más grande en la Cruz. Ya consideraremos más detenidamente esta solución, que es la más honda. Pero antes consideremos la actitud humana ante el dolor desde un punto de vista humano nada más.


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Foto de Pasado: Señor de Pasión (Sevilla) con Cirineo



Pausa de silencio:



Simón de Cirene se encontró con el dolor de Cristo y se convirtió. 



Bienaventurado el hombre de Cirene llamado Simón

porque él no buscaba a Dios y se lo encontró

en qué monte en qué valle en qué epifanía

en la desgracia en la desgracia del mismo Dios

iba pasando y le echaron la cruz encima

bienaventurado ese desgraciado bajo la cruz

porque él quiso escapar pero ya no quiso

porque él no buscaba a nadie y se encontró a Dios
en la desgracia en la desgracia del mismo Dios.




OREMOS

Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a nosotros bajo su peso, acoge a todos los hombres y concede a cada uno la gracia de la disponibilidad. Haz que no apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia.

Haz que, llevando las cargas los unos de los otros, seamos testigos del evangelio de la cruz y testigos tuyos, que vives y reinas por los siglos de los siglos. 

Amén.




ORACIÓN


Amado Jesús, probablemente mostraste al Cirineo tu gratitud por su ayuda, mientras la cruz en realidad fue causada por él y por cada uno de nosotros. Así, Jesús, nos lo agradeces cada vez que ayudamos a los hermanos a llevar la cruz, aunque no hacemos más que cumplir con nuestro deber de expiar por nuestros pecados.


Eres tú, Jesús, quien está al comienzo de este círculo de compasión. Tú llevas nuestra cruz de tal manera que seamos capaces de ayudarte en tus hermanos a llevar la cruz.

Señor, como miembros de tu cuerpo, nos ayudamos mutuamente a llevar la cruz y admiramos el ejército inmenso de cirineos que, aun sin tener todavía la fe, han aliviado generosamente tus sufrimientos en tus hermanos.


Cuando ayudemos a los hermanos de la Iglesia perseguida, recuérdanos que somos nosotros quienes, en realidad, somos ayudados por ellos.

Amén