miércoles, 25 de septiembre de 2013

Y VOSOTROS ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?



Hola de nuevo, queridos amigos blogueros:



Desde este rincón del otoño regreso a vuestra mirada, con ánimos e ilusiones renovadas, con mucho que contar, mucho por informar y por formar, en este mundo cofrade tan falto de atenciones en esta nuestra ciudad de Don Benito.  Sigo el camino emprendido hace casi dos años, gracias a la Tertulia Cofrade “la Revirá”, con la confianza de seguir llenando vuestro tiempo y vuestra curiosidad.



Creo en la necesidad de continuar con la labor emprendida en su día, y no hay limites, ni ataduras, ni tabús que no puedan romperse en un mundo como este, que entiendo sigue estando vacío y es preciso reconquistarlo y explorarlo como se debe.



¡¡¡ AYÚDAME SEÑOR A CAMINAR A TU LADO !!!



Sin mas quiero empezar la temporada con una pregunta o una reflexión que el Señor realizó en su día. Hoy contemplamos una de las pocas escenas donde Jesús dirige a sus discípulos una pregunta, concreta, de un tema importante y la hace repentinamente.


 


La pregunta “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, es una pregunta concretísima, referida a su identidad (tema capital) y la hace de repente después de estar orando en un lugar apartado.



Por tanto, estamos delante de una pregunta importante, que marca un antes y un después, en el evangelio de Lucas. Como ya hemos dicho alguna vez: la Palabra de Dios es viva y a través de ella Jesús se dirige a nosotros, Jesús nos habla a nosotros, Jesús hoy nos pregunta a nosotros: “y tú, ¿quién dices que soy yo? Es una pregunta ineludible. Y es una pregunta que en el silencio de nuestra oración haría falta contestarla, y contestarla desde la vida, no dar respuestas teóricas, sino mirando nuestra vida, responder a ¿quién es Jesús para mí?



La vida cristiana nos pide ir profundizando poco a poco los grandes misterios de la persona de Jesús. Su identidad es una realidad que nosotros hemos de ir profundizando, y eso va enriqueciendo nuestra vida cristiana.



Pongo un ejemplo: si Jesús es para nosotros un gran maestro en humanidad, entonces Él forma parte del pasado: sus enseñanzas me pueden dar una cierta luz, pero Él no puede cambiar mi corazón, no puedo relacionarme con Él, etc



Si Jesús es el Hijo del Dios vivo, entonces puede entrar en mi vida, en mi historia, y renovarla completamente, haciendo de mí un santo. Y cuanto más he pensado, meditado y contemplado que Jesús es el Hijo de Dios, más puede actuar en mi vida. Porqué mi meditación, contemplación, hace crecer mi fe en su persona y esto crea un espacio que posibilita la acción de Jesucristo en mí.



Pienso que, de vez en cuando nos tendríamos que preguntar: ¿Mi Jesús está vivo o está muerto? ¿Lo trato como alguien que está vivo, que me puede cambiar la vida o como alguien que está muerto? La rutina nos puede, nos hace falta ir revisando constantemente nuestra vida.
 




Volvamos al evangelio, Pedro hace la confesión de fe: “El Mesías de Dios”. Momento importantísimo. Central. Determinante. ¿Y cómo reacciona Jesús? En este momento crucial Jesús lanza tres mensajes:


-1.- “Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie”. Jesús tiene miedo que se entienda mal su mesianismo. Jesús teme que su mesianismo se entienda en clave política, de liberación del invasor romano, de aquí su advertencia.



El gran miedo de Jesús a ser malentendido continúa hoy. Podemos entender mal a Jesús... Pongo un ejemplo: mucha gente que no viene a misa, o que vienen cuando les va bien, es porqué no han entendido bien el mensaje de Jesús. Podemos entender mal a Jesús. Pidamos, en el silencio de nuestra oración, la gracia de entender mejor su mesianismo.



-2.- El segundo mensaje de Jesús va en este mismo sentido, para que su mesianismo se entienda bien, explica ya ahora lo que pasará a Jerusalén: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos,.... y resucitar al tercer día”. Palabras que destierran cualquier lectura política de su mesianismo. ¡Jesús no quiere ser malentendido! (tres veces hará el anuncio de la pasión).



-3.- Por tanto, después de la importante confesión de Pedro, Jesús empieza haciendo advertencias para no ser malentendido y después para que todo quede claro expone lo que han de hacer sus seguidores: “negarse uno mismo”, “cargar cada día nuestra cruz”, y “perder la vida por Él”. Expresiones convergentes, que van en un mismo sentido.



Son palabras que nos sorprenden. Jesús utiliza un lenguaje negativo, “negarse” “cruz” “perder la vida”, pero es un lenguaje negativo sólo en apariencia. Me explico: Jesús nos muestra el camino para liberarnos del hombre viejo y llegar a ser hombres nuevos. El hombre viejo encadenado a él mismo y encadenado al mundo, no es libre, no es feliz. Jesús con las expresiones, “que se niegue a sí mismo”, “cargue con su cruz cada día”, y “pierda su vida por mí”, propone un nuevo camino, un camino de vida, donde nos desnudamos del hombre viejo, nos revestimos de Cristo y encontramos la Vida.

 


San Pablo nos decía hoy a nosotros: “Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo”. ¿Qué quiere decir revestirse de Cristo? Quiere decir desnudarnos de nosotros mismos y hacer nuestras sus ideas, actitudes, comportamientos, afectos, etc. Ser uno con Cristo por la recepción de su Espíritu.



Ya vemos que estas expresiones (“negarse uno mismo”, “cargar cada día nuestra cruz”, y “perder la vida por Él”) nos hablan de una tarea a hacer por nosotros, nos hablan de un camino a hacer, un camino que pide un esfuerzo, pero que es un camino de vida.



¿Quién eres, Señor, dinos quién eres? Continuamente se lo hemos preguntado a Jesús, y, ahora, haciéndola a nosotros, nos mira. ¿Le da de pronto la curiosidad por saber qué se piensa de él, cuando vemos que nunca va preguntándolo por ahí a las gentes? Jesús está vertido hacia su Padre y hacia los que requieren de él una mirada de compasión, no al corretear detrás de todos para averiguar quién se dice que es. Hoy, como si le hubiera entrado una curiosidad que nunca ha tenido, pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? No, qué dice la gente de mí. Ya en la pregunta hay algo que nos planta la cuestión en otro lugar distinto, puesto que se denomina a sí mismo Hijo del hombre, título profético que encuentra en el libro de Daniel, aunque algunos aseveran, sin más, que es una manera de decir hombre. No importa, pues en este caso significaría la pregunta quién es este hombre, desapegando la cuestión de cualquier movimiento de fisgoneo. No tanto quién soy yo, pues lo que quiere hacer notar es su singularidad, encauzada, sin duda, en la línea de los profetas. Por eso, la interpelación tiene mucha miga. 



Se ve por la respuesta de los discípulos: Juan, el Bautista cuya cabeza ha sido segada por Herodes, Elías, cuya vuelta todo Israel esperaba, dejando siempre un sitio vacío en la mesa de Pascua, Jeremías, cuya figura se personaliza como en ningún otro, o alguno de los profetas. La respuesta toma la pregunta en su calidad temática. ¿Qué relación tengo con el que ha de venir?, ¿soy yo, o debéis esperar a otro? No es un merodeo lleno de descaro de quien busca encontrarse al mirar el espejo para poder decirse: mecachis, qué guapo soy. Una pregunta que plantea el cumplimiento en Jesús de lo apuntado en las Escrituras. ¿Cómo y en quién se da ese cumplimiento?, ¿será un eslabón más de lo venidero, que llega y pasa?



Esta pregunta estaba relacionada con los discípulos mismos. Desde el principio, Pedro había creído que Jesús era el Mesías.



Muchos otros que habían sido convencidos por la predicación de Juan el Bautista y que habían aceptado a Cristo, empezaron a dudar en cuanto a la misión de Juan cuando fue encarcelado y ejecutado; y ahora dudaban que Jesús fuese el Mesías a quien habían esperado tanto tiempo.



Muchos de los discípulos que habían esperado ardientemente que Jesús ocupase el trono de David, le dejaron cuando percibieron que no tenía tal intención. Pero Pedro y sus compañeros no se desviaron de su fidelidad. El curso vacilante de aquellos que ayer le alababan y hoy le condenaban no destruyó la fe del verdadero seguidor del Salvador. "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente."



El no esperó que los honores regios coronasen a su Señor, sino que le aceptó en su humillación. El había expresado la fe de los doce. Sin embargo, los discípulos distaban mucho de comprender la misión de Cristo. La oposición y las mentiras de los sacerdotes y gobernantes, aun cuando no podían apartarlos de Cristo, les causaban gran perplejidad. Ellos no veían claramente el camino.



La influencia de su primera educación, la enseñanza de los rabinos, el poder de la tradición, seguían interceptando su visión de la verdad. De vez en cuando resplandecían sobre ellos los preciosos rayos de luz de Jesús; mas con frecuencia eran como hombres que andaban a tientas en medio de las sombras.



Pero en ese día, antes que fuesen puestos frente a frente con la gran prueba de su fe, el Espíritu Santo descansó sobre ellos con poder. Por un corto tiempo sus ojos fueron apartados de "las cosas que se ven" para contemplar "las que no se ven". 2 Cor. 4:18. Bajo el disfraz de la humanidad, discernieron la gloria del Hijo de Dios.



Jesús contestó a Pedro: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos."